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© Rodrigo G. Racero



Novela


ENTRE EL BIEN Y EL MAL



Rodrigo G. Racero







CAPÍTULO I


Se había levantado tarde aquella mañana, con un extraño sobresalto que trataba de analizar caminando por la calle.
  Se había sentido profundamente impresionado. Tenía la sensación de haber dormido infinitas horas. La cabeza le pesaba y los ojos soñolientos aún a pesar del baño, le pinchaban y escocían. Nada recordaba haber soñado. Se sentía cansado y a la vez una rara excitación le invadía. Le parecía que debía ir a algún sitio, mas no sabía por qué ni dónde. Deambulaba sin rumbo fijo. Se esforzaba por comprender lo que le pasaba. Con el presentimiento inconcreto de que algo amenazaba su vida, miraba a una y otra parte con un temor incomprensible, más bien absurdo, pero que debía tener una causa, un motivo...
  Ahora andaba por las calles de la ciudad llenas de automóviles, humo y personas que iban apresuradamente de una a otra parte. Iba decidido, caminando con la ligereza propia de aquel que tiene prisa y sabe de antemano a donde va. Se daba cuenta de su inquietud, notaba su apresuramiento y, no obstante, puesto a pensar, no sabía ni encontraba el fin de su camino. Ignoraba el lugar adonde se dirigía y lo que debía de hacer. Se paró de pronto ante una florería. Sin dudarlo un momento entró en ella y compró un gran ramo de flores. Ignoraba por qué las había comprado, ni para quién pudieran ser. Tal vez se hubiera muerto algún amigo o conocido y tenía que cumplir como corresponde al afecto de una sincera condolencia; o con la simple atención que exigen las circunstancias en esos casos. Intentaba recordar, pero no tenía ningún amigo que se hubiese muerto, en realidad, no recordaba tener en absoluto ningún amigo. Cavilaba intensamente: Quizá estuviera invitado a algún cumpleaños y quería corresponder, presentándose con la delicadeza de llevar un __________

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ramo de flores. Bien pudiera ser que debía visitar a un enfermo en el hospital, y quisiera darle una pequeña alegría con las flores. De cualquier forma, era evidente que las había comprado con una intención determinada. De pronto hizo señas a un taxi que pasaba cerca. Subió y le ordenó al conductor le llevara a la estación con toda rapidez.
  Desde hacía unos diez minutos andaba dando impacientes vueltas arriba y abajo del andén. El tren venía al parecer con retraso. Se sentó en un banco que estaba libre. Puso a un lado las dichosas flores, envueltas en aquel papel blanco inmaculado, y encendió un cigarrillo. Intentaba concentrarse, trataba de ver claro, de entender qué hacía él allí sentado. ¿A quién esperaba? Era quizá lo único seguro para él: aguardando estaba la llegada de alguna persona. Su mente seguía esforzándose en lograr abrir una brecha, por mínima que fuera, que empezara a dar paso a una poca de "luz", que rompiera o pasara a través del negro muro que ocultaba sus recuerdos, que nublaba su memoria. Repentinamente vino a él, apareció, evocó la escena, era cada vez ésta más clara: En el interior de un restaurante mantenía una conversación con un hombre mayor, un anciano al que de nada conocía. De cualquier manera, se vio envuelto en una extraña conversación. Recordaba bastante bien el tema de lo que se había hablado, lo que no sabía a ciencia cierta era cuándo fue: ¿Ayer? ¿Hacía una semana o tal vez un año? Lo desconocía, no tenía la más absoluta idea del tiempo transcurrido; ni la más ligera noción de dónde se hallaba situado aquel local o restaurante. El viejo con el que estuvo conversando, llevaba una larga barba gris, un tanto enmarañada, y le acompañaba otro individuo con cara de pocos amigos. Era difícil calcular la edad del hombre; igual podría tener cien, o bien ciento veinte, por no decir más, aunque parezca exagerado, le había causado la impresión de ser un ente por antonomasia viejo, como si siempre lo hubiese sido; digamos que representaba y era al mismo tiempo la vejez. A pesar de todo y aunque parezca una sinrazón, se veía lúcido, ágil y vital. No sabía el porqué estaba sentado a su mesa, pues tampoco recordaba tener amistad alguna con tal persona, ni conocerlo de nada. Quizá fuera porque no se encontraba ningún otro sitio libre en el local. __________

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Estaba todo lleno. Después de unos instantes y sin saber bien cómo había empezado la cosa, se vio enfrascado en una más que extraña charla, que terminó derivando en cuestiones más o menos filosóficas sobre la vida, el destino y el pecado; así como de un libro de no recordaba qué autor.
  -La vida es una coacción -dijo el extraño viejo-, una enigmática fuerza que obliga; una manifestación del espíritu que se transforma y que nos hace sufrir. Somos todo y nada al mismo tiempo; prisioneros de un poder que se sirve o vale de nosotros, que nos emplea en un experimento del que no nos podemos safar, ni tampoco eludir o evitar. Aquí estamos, vivimos y debemos pagar un precio, todos tenemos que abonar una cuantía de algo. Los más pobres pagan siempre una muy importante suma de dolor por su miserable existencia, en tanto dura su vida en el tiempo. Lo más astuto e inteligente es ponerse siempre al lado del que ostenta el poder en esta vida, pues que también lo ostentará en la otra. El poderoso siempre está al lado de Lucifer, el Dios verdadero que todo lo rige, y al que debemos de obedecer.
  -Pienso  que eso es un modo tremendo  y  erróneo de ver las cosas -vino él a argumentar-. La vida es un don otorgado por Dios, el Dios único del amor, que es el Dios verdadero de la bondad y de la paz. El hombre es el único responsable de sus propias acciones. ¡Es muy cómodo querer echar la culpa a Dios de nuestros pecados, de nuestro transgredir la ley que nos fue dada!
  -Quieres decir que cada uno recoge el premio a sus esfuerzos; pero ni siquiera es esto siempre cierto, aunque sea loable el empeño que se ponga en desear escalar una posición mejor, que le permita a uno tener una mayor independencia económica; pero por encima de todo denuedo, de todo propósito, está la predestinación de cada uno de nosotros en este mundo, que hay que saber encausarla al lado del más poderoso, que es nuestro Dios Lucifer.
  -Por supuesto que se podrá tener más o menos suerte -recordó haber contestado-, pero al fin de cuenta seremos lo que nosotros mismos hayamos sabido labrarnos.
  -Veo que no has entendido nada de lo que pretendo darte a comprender. No importa -le respondió el anciano con un tono de __________

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preocupación en su voz-. La verdad es que tu situación no es envidiable. Tú tienes que pagar, lo mismo que todos los demás. Recibirás instrucciones en los próximos días de la forma cómo tienes que hacer tu trabajo y así pues pagar, pues la orden es irrevocable. De lo contrario...
  -¿Instrucciones para hacer qué? ¿Qué es lo que ahora debo pagar? Parece que yo tenga que estar pagando siempre algo -respondió él bastante malhumorado-. Seguro que nada haré si está fuera de la ley -contestó sin bajar el tono de su irritación, y con un deje algo amenazante en su voz.
  El viejo le miró intensamente. Le pareció advertir en su rostro una furia contenida. Dio media vuelta y se marchó sin decir palabra alguna de despedida. Su acompañante se levantó, y siguió tras los pasos de él...
  La verdad es que no sabría decir, si aquello lo había realmente vivido, o lo había soñado.
  El pitido del tren al entrar en la estación le arrancó los recuerdos de la memoria bruscamente.
  La gente se agolpaba en el andén. Personas se apeaban o subían al tren. Se sorprendió a sí mismo observando detenidamente a todas aquellas personas que bajaban y se dirigían a la salida. Advirtió que una bella mujer le miraba sonriente y venía derecha hacia él. Instintivamente caminó a su encuentro, y al instante, sin saber cómo, se halló entre sus brazos, besando su cálida boca de labios sensuales. Se preguntaba quién sería aquella mujer, de la que él nada recordaba.
  -Gracias querido, -dijo ella con una agradable sonrisa, cogiendo el ramo de flores de sus manos-. ¡Son muy lindas!
  -¿Has tenido un buen viaje? -le preguntó él por decir algo. La realidad era, que seguía sin saber quién pudiera ser ella.
  -Lo mejor del viaje ha sido pensar que vamos a estar unos días juntos. ¡Serán unos días maravillosos! ¡Los dos solos! ¿No te alegras? ¡Vamos, dime que estás contento de tenerme a tu lado!
  -Sí, sí claro, indudablemente... querida.
  Anduvieron hacia la salida. Él llevaba su maleta; era tan ligera, que le parecía que no debía contener nada en su interior.
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Ella iba como colgada de su brazo, muy junto a él. La notaba enamorada, sonriente y feliz como una niña desinteresada de todo aquello que no fuera pasárselo bien.
  No podía evitar arañar el pensamiento, buscando qué vínculos le unirían a aquella mujer, completamente extraña a su más honda intimidad. Advertía no obstante, que era cautivante la proximidad de su hermoso cuerpo.
  Fuera ya de la estación, cogieron un taxi. Él dio una dirección que desconocía, con la misma naturalidad con la que hubiese dado la suya propia. ¡La suya propia! Pensó en su casa y no la encontró en el pensamiento, se había esfumado, todo estaba en blanco, no lograba en absoluto darle forma; se había evaporado, desvanecido de su memoria.
  Hondamente asombrado y preocupado, buscaba atropelladamente una explicación convincente a esa anomalía. Francamente aquello era igual que una burla grotesca; era como olvidarse de que uno tiene manos para coger las cosas, o pies para andar; era lo más absurdo que nadie se pueda imaginar. Sintió miedo, más bien pánico, y un frío helado le recorrió por todo el cuerpo.
  ¡No sabía dónde vivía! Miró por la ventanilla. El coche rodaba por unas calles que anhelaba reconocer. Se fijó con ansiedad en los edificios sin poder identificar ninguno. Veía horrorizado que todo le era brutalmente extraño. Seguía intentando recordar; quería saber, repetir los nombres de lo que antes le hubiese sido familiar y entrañable. Sentía la imperiosa necesidad de afianzarse a algo, de asirse para no hundirse en el vacío, en la nada absoluta. Tenía la impresión de que en su alrededor todo se iba cerrando, y advertía que no podía, que era incapaz de retener esa última esperanza de recobrar su identidad, su yo verdadero.
  -¿Qué pasa con tu coche? -la pregunta de ella le sacó de su abstracción; pero sin pensarlo, con toda la naturalidad del mundo vino a contestar:
  -Está en el taller para pasar la revisión.
  Hablaron de algunas cosas triviales; y ella preguntó por personas a las que él por supuesto debía conocer.
  Respondió con evasivas, como pudo; tratando siempre de cambiar __________

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de conversación y contestando con preguntas a las preguntas que se le hacía.
  Al fin, después de unos veinte minutos de recorrido paró el taxi ante una bonita casa o chalé.
  Rebuscó él en sus bolsillos hasta dar con una llave, con la que abrió la puerta.
  Tenía la esperanza de reconocerse, o de reencontrarse con su intimidad en el interior de las habitaciones de aquella casa; pero su desilusión fue grande al advertir que todo le era desconocido.
  Nada había allí que pudiera identificar, que le hiciera descubrir su personalidad, conocer quién era. Debía de tener un nombre, se decía, y posiblemente tendría un trabajo, algún quehacer, algo en definitiva que requiriera su presencia en un determinado momento, en algún lugar...
  No le cabía la menor duda de que ella, aquella mujer, algo debía de haber notado de extraño en su persona. Él quiso advertirlo por el modo peculiar que tenía de mirarle; no obstante nada le había dicho. Pensaba que quizá fuese lo mejor por su parte decirle la verdad, confesarle que estaba equivocada, que no era el hombre que ella pensaba debía de ser.
  -¿Tienes alguna preocupación, o hay alguna circunstancia adversa en tus negocios? -le preguntó de repente ella mirándole fijamente-. ¿Me atañe a mí de cualquier manera? ¡Cuéntame!
  -No me pasa nada. ¿Por qué lo preguntas?
  -Te conozco lo bastante como para darme cuenta de ello. No sé cómo explicarte... Te veo raro.
  -Creo que soy el de siempre. Nunca se está igual de alegre o contento. Quizá tenga la moral baja -trató de justificarse él.
  -Si tienes líos de faldas, será mejor que me lo digas; prefiero saberlo por ti, que no enterarme por boca ajena.
  -Me parece que eso es lo último que se te debería ocurrir preguntarme -dijo él, y sin saber por qué, puso cara de ofendido.
  -¡Perdona! -dijo ella, al tiempo que se le acercaba con gestos cariñosos-, pero te veo como muy apartado y evasivo, y tengo la sospecha de que alguna cosa te sucede. Tu interés por mí ha decaído bastante últimamente, y no me sorprendería si me dijeras __________

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que has dejado de quererme.
  -¡No digas tonterías! -contestó él, pero lo cierto es que seguía pensando, que debería ser sincero con ella y explicarle lo que le ocurría. Probablemente podría ayudarle. De todas formas tenía que saber quién era, cual era su identidad. ¡No podía continuar así!
  No sabía cómo empezar a contar. Estaba un poco nervioso. Dio un par de vueltas por la habitación y se sentó, más bien se dejó caer en el sofá.
  -Verás -dijo al fin, poniendo la máxima seriedad que le fue posible en sus palabras-. Deseo explicarte lo que me acontece, mas me temo que no quieras, o quizá no puedas creerme.
  -Lo imaginaba, más bien digamos que sabía que algo ajeno a mi conocimiento te pasaba. Habla, no sé por qué no te voy a creer, si me dices la verdad...
  -Esto que te voy a manifestar -comenzó él dubitativo-, te juro que es la pura verdad, aunque te parecerá increíble.
  -¡Vamos, comienza, estoy dispuesta a oírlo todo!
  -Es muy probable que yo no sea la persona que tú piensas que soy, o tal vez sí, no lo sé. Lo cierto es que ignoro incluso cómo me llamo. Yo no te conozco de nada, no sé quién eres, ni cómo te llamas. Soy un ser sin memoria, que no sabe de dónde viene, ni tampoco adónde va. Por muy inverosímil que te parezca, esa es la pura verdad.
  Apreció él un gesto, mezcla de incredulidad y rabia en el bello rostro de la mujer aquella.
  -Acaso te figuras que sea tonta para contarme semejante idiotez. ¡A qué viene esto! No sé qué pretendes, francamente no lo sé -el enfado de ella era ostensible.
  -Sabía que reaccionarías así; ya te lo advertí; pero esa es la realidad.
  -¿Ah, sí? Sabes donde vives; tienes la llave de la casa; sabes que tu coche está en el taller y sabías que venía y has ido a la estación a recogerme; y todo esto a pesar de que no tienes memoria y desconoces tu identidad. Si lo que pretendes es romper conmigo, dímelo sin más rodeos.
  -¡No, no es eso! Te lo digo con toda franqueza. No me importaría, __________

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si así fuera, decirte que no deseo estar contigo. A mí lo único que me importa ahora, es saber quién soy, y qué hago aquí -dijo él casi gritando.
  -Me cuesta mucho trabajo aceptar, que sea real lo que me cuentas.
  -Así es sin embargo. ¡Ayúdame por favor!
  -¿Te ha pasado algo? Quiero decir: ¿Has tenido algún accidente? ¿Has recibido un golpe en la cabeza? Ello explicaría tu falta de memoria. Sería una amnesia pasajera. No te preocupes. En todo caso, si se prolongara deberías visitar al médico.
  -No es sólo mi pérdida de memoria; también existe algo indeterminado que pone en riesgo mi vida. Me veo incapaz de averiguar qué pueda ser. Únicamente advierto, tengo en mí ese presentimiento; es una fuerte sensación que me asevera y reafirma, que no es cosa de mi imaginación, sino una latente y verdadera amenaza.
  -¿Pero por qué? No lo puedo entender. Nunca me has hablado de ningún enemigo, y menos aún de uno que te quisiese tan mal, como para atentar contra tu vida.
  -Solamente recuerdo un anciano, con el que hablé en un restaurante hace no sé cuanto tiempo. Me dijo que tenía que pagar no sé qué cosa. De un modo velado me conminó a ello antes de largarse, insinuando que algo fatídico me podía ocurrir de no hacerlo así. También me dijo que en los próximos días recibiría instrucciones de cómo debería efectuar el pago, que tenía que ser a través de un trabajo que debía de realizar sin más remedio.
  -¡Así pues, se trata de una deuda! Deberás alguna cantidad importante de dinero. Ignoraba que pasaras por una mala situación económica. Por lo visto has venido a caer en manos de unos desalmados usureros. ¿Cómo has podido relacionarte con semejante gentuza?
  -No lo sé, no lo sé. Todo me es absolutamente enigmático.
  -Deberías ir a la policía y poner una denuncia.
  -¿Pero contra quién? No conozco a nadie, ni tengo pruebas de nada. Tampoco soy consciente de deber algo, y menos todavía cantidad alguna de dinero.
  -Entonces por qué te preocupas. A lo mejor es imaginación tuya. __________

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Es probable que hayas tenido una disputa con el tal viejo, éste te hubo amenazado, y tú te has obsesionado pensando que trama algo contra ti. Tal vez sea sólo eso.
  -¿Y mi memoria? ¿Qué ha pasado con mi memoria? ¿De dónde vengo y hacia dónde voy? ¿Quién soy en definitiva?
  -¡Venga hombre, no te tortures! Seguramente has trabajado mucho en estos últimos días, y estás cansado.
  Continuaron durante mucho rato deliberando sobre lo singular de lo que le acontecía. Ella, sin decirlo claramente, le dio a entender que consultara con un psiquiatra, pues no era nada normal que hubiese perdido sin causa aparente la memoria, hasta el punto de ignorar quién era.
  -Estos médicos son los apropiados, los que de verdad entienden de estas cosas. La mayoría de la gente piensa que el que acude a un psiquiatra, es porque está poco menos que ido de la cabeza; pero tenemos que acostumbrarnos a considerar a éste, como un especialista más en la moderna medicina -dijo ella muy convencida.
  Él no se quiso dar por aludido, y no le respondió.
  Pudo enterarse no obstante, que su nombre era Ricardo y el de ella Malva; que eran una pareja y tenían decidido casarse en breve, sólo faltaba determinar la fecha.
  Su situación económica no era mala al parecer, sin ser muy rico, tampoco se podía decir que fuera pobre.
  Poseía varias casas; tenía una buena cantidad de dinero en metálico y un puñado de buenas acciones; además era dueño de una librería de gran importancia en el centro de la ciudad. Por otra parte, hacía de vez en cuando buenos negocios con antiguos manuscritos, y con viejos libros de raras ediciones. Ella trabajaba como secretaria en el negocio de su padre: una fábrica de muebles, en las afueras de una ciudad próxima.
  -Procura recordarte del restaurante donde te encontraste, o estuviste con dicho anciano. Podríamos ir allí a cenar. Sería posible verlo de nuevo. Quizá frecuente el hombre el local, o sea tal vez cliente del mismo -dijo ella animándole a seguirla. Pensó que ella quería averiguar si era cierto lo que le contó.
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  -No tengo la más mínima idea -dijo él- del lugar donde pueda hallarse ese local o restaurante.
  -Tenemos que intentar dar con él -insistió-, es la única pista que poseemos.
  -¿Para qué? Si el hombre aquel cargado de años deseara ponerse en contacto conmigo, seguro que podría hacerlo cuando quisiera. Me dijo que me comunicaría la forma y modo de hacer efectivo el pago, supongo, de una determinada cantidad de dinero.
  -Sí, pero si nos adelantamos y le vemos, podíamos espiarle o seguirle. A lo mejor podríamos entrar en el conocimiento de alguna cosa interesante. También lo podríamos denunciar a la policía. Aunque dudo que a ti esto último te pueda convenir. Si eres víctima de un chantaje, es que tienes cualquier hecho que ocultar.
  -¡No tengo nada que ocultar, que yo sepa, ni nada de lo que tenga que avergonzarme!
  -Bien, te creo, pero tenemos que hacer algo para aclarar esta situación. No nos podemos quedar cruzados de brazos.
  -No sé, todo es tan confuso...
  Ella conocía la casa a la perfección. Abrió lo que era un mueble- bar y sacó dos copas y una botella de coñac. Escanció un poco de aquella dorada bebida, y le ofreció una de las copas en tanto ella paladeaba un pequeño sorbo de la suya.
  -Esfuérzate por recordar cualquier peculiaridad de ese restaurante. Algo debe de haber.
  -Eso que piensas que hagamos, podría incluso ser peligroso -opinó él, porque en el fondo lo temía-. Puede que sea gente decidida a todo,   sin  escrúpulos  algunos,  que  no  se  paren   ante   el crimen -concluyó, y también él bebió un trago de su copa.
  -Algo tenemos que hacer. ¡Muévete!
  Esta mujer, pensaba, le obligaba con su actitud, en contra de su parecer, hacer lo que no deseaba. Su orgullo de hombre no quería por otro lado, consentir que fuera más atrevida que él.
  -De acuerdo -dijo-, tendremos que recorrer todos los restaurantes de la ciudad. Quizá me venga a la memoria por cualquier detalle, o reconozca al camarero al verlo.
  -Así me gusta, Ricardo -dijo ella sonriente-. Siempre es mejor __________

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tomar la iniciativa para salir de todo atolladero.
  -Dejémoslo para mañana -propuso él-, pues antes tengo que recoger el coche. Esto no es una cuestión de horas.
  -Bien, si así lo deseas. Ahora deberíamos olvidarnos un poco de todo este jaleo -comentó ella acercándose a él, al tiempo que le miraba intensamente, con un brillo especial en sus profundos ojos negros. La cercanía de su boca sensual, era una tentación irresistible... Y pasaron el resto del día en la casa, pues que tenían muchas cosas que contarse.
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